Fábulas de Montemolín XII
Lugar Encantado
porque lo fue
Cosas del Más Allá
porque pocos creen en estas historias
Los Personajes
porque Pilar, Elías, Juanito y don Abel asombraron al barrio
El pasillo del recuerdo
La entrada a la calle Fillas es un corredor estrecho desde la esquina con Miguel Servet hasta la casa de los ultramarinos Cenis. A partir de ahí se ensancha hasta desembocar en las tapias de Giesa y en la filla (génesis de su nombre).
La entrada a la calle Fillas es un espacio esotérico.
Hay ciertas personas, adictas a los Hombres Encantados, que han contado episodios inexplicables, sucedidos mientras caminaban por el corredor indicado.
Pilar, la pescatera, narró su experiencia de la siguiente manera: «De pronto me vi muy desorientada. Sabía que estaba en ese lugar, pero en cambio me sentía viviendo un sueño extraño, en el que mi hijo era mi hermano y yo una mujer joven de una familia pescadora. Las imágenes me llegaban difusas y como si pusieran postales en un proyector. Todo terminó cuando entré en la tienda de los Cenis«.
Elías, el panadero, se tomó muy en serio su caso. Pensó ser un hombre afortunado y, por lo tanto, hay que valorar su narración con la justa medida de subjetividad: «Resultó algo maravilloso. Veía todo como un ángel desde el cielo. Iba descendiendo poco a poco y aterricé cerca de una casa que me parecía conocer… y estoy seguro de que es la que me corresponderá cuando muera. Había una familia encantadora y yo era el hijo mayor. Después de sentirlo como si lo estuviera viviendo, volví a ascender envuelto en una nube majestuosa que emitía destellos rojos y amarillos«.
Juanito contó: «Yo no era yo. Yo no era como soy ahora, pero era yo, más alto y más mayor. Estaba disfrazado con ropas de teatro, ropas antiguas y llevaba una capa y una espada. Me parecía que era un alguacil, porque me veía mandando como un jefe y todos me hacían caso«.
Estos tres sólo son ejemplos, pues hay gran variedad de casos y muy variopintos. Incluso alguna persona repetía experiencia con asiduidad, unas veces con historias parecidas y en otras totalmente distintas e inconexas con las anteriores, de lugares y épocas dispersos.
Podía parecer que eran sueños por alucinación.
El testimonio más escalofriante salió por los labios de don Abel, un viejecito encantador que, con una buena jubilación, se dedicaba a ayudar a las familias necesitadas. Como vivía en el número 4 de la calle Fillas, estaba obligado a atravesar el corredor todos los días. Sufrió una experiencia repetitiva por una semana, de tal manera que al llegar el viernes no se atrevió a salir de su casa.
Don Abel contó que él mismo, con unos veinte años, con unas facciones tremendamente idénticas a las que tuvo en esa edad, se veía atado a un pilar, vestido con una túnica blanca y rodeado de guerreros que lo custodiaban. Al frente suyo se alzaba una gran piedra lisa, manchada de rojo seco por los costados. Uno de los guerreros le agarraba del cabello para que no moviera la cabeza mientras sucedía la ceremonia. Cinco mujeres fueron colocadas en hilera junto al altar y una a una las acostaron sobre él, entre gritos espeluznantes. El que parecía Gran Sacerdote les clavaba un cuchillo en el corazón. Cuando la última mujer dejó de respirar, lo desataron y seis guerreros lo elevaron sobre sus cabezas para trasladarlo a la piedra del sacrificio. Cuatro guardianes lo sujetaban de pies y manos. La túnica se le empapaba de rojo caliente. El Gran Sacerdote se acercó hasta él y, poniéndole la mano abierta sobre el pecho, miró al cielo, susurró algo así como una rogativa y elevó la otra mano que asía un puñal dorado para clavárselo en el corazón.
Don Abel sufrió esta experiencia como un recuerdo propio durante cinco días hasta cuatro veces diarias. Cuando el lunes, doña Antonia, la practicante, pudo convencerle para que saliera de su encierro y bajara como siempre a la calle Fillas, el recuerdo cambió por una experiencia más gratificante y ya no se repitió más la historia cruenta.
Al cabo del tiempo, este corredor de la calle Fillas fue llamado «El Pasillo del Recuerdo». Hoy, ya abierta toda la entrada con la casa de los Cenis derribada, no se producen casos de este tipo.
No todo el barrio entiende por qué se le llama «El Pasillo del Recuerdo», si bien se le conoce por siempre como tal. El análisis de los hechos llevó a diferentes interpretaciones.
Unos afirmaban que se producían debido al exceso de cables eléctricos que cruzaban la calle. El campo magnético creaba ondas excesivamente fuertes que influían en los pensamientos de las personas más sensibles, distorsionando la capacidad de raciocinio y de adecuación a la realidad. Esta hipótesis no podía explicar la cadencia de los «sueños», ni su repetición, o su variedad, o su contenido… Pero era un razonamiento científico.
Un gran grupo de mujeres estaba convencido de que se trataba de un conjuro dirigido por brujos malignos a quienes eran capaces de vivir en paz consigo mismo, tratando de volverlos locos para inclinarlos al mal y entorpecer la buena marcha del barrio. Según alguna de estas mujeres, podría evitarse con trabajos de magia blanca. Se contrató a un parasicólogo visionario que no logró evitar el fenómeno. Además, según esta teoría, no se daba explicación a casos como el de Elías, el panadero, que consiguió una gran quietud interior y un mejor humor para con sus vecinos.
Se llamó a un radiestesista especializado en detectar vetas internas de energía negativa, y encontró un ramal de desagüe atascado que de no haberse descubierto podría haber provocado una gran inundación. El alcalde pedáneo se puso muy contento.
Realmente, el nombre de «El Pasillo del Recuerdo» se adjudicó por una razón muy obvia que, intuitivamente, pero lejana de aceptación racional, entendió la mayoría del barrio.
«Estamos de paso aquí, en una etapa finita, regresando de un camino anterior hacia una misión infinita«. Parece ser que este lema salió de Valero evacuando una consulta sobre el tema que nos ocupa. Nadie lo comentó, pero muchos lo aprendieron para reflexionar en la soledad de la noche.
El corredor de entrada a la calle Fillas estaba habitado por espíritus superiores que debían actuar influyendo en personas determinadas para lograr en ellas un mayor progreso durante su vida actual. Aprovechando un espacio reducido de tránsito habitual y continuado, ejercieron allí una de sus tareas: hacer despertar la sensación de eternidad provocando el recuerdo de experiencias importantes. Es decir, los episodios de otras vidas, latentes en la memoria espiritual, eran reactivados para que su conocimiento ayudara a encontrar actitudes positivas en cada ser.
«El Pasillo del Recuerdo» no tiene otra explicación.
Camino a las estrellas
porque el Corazón de Montemolín está muy arriba
Características propias de Montemolín
porque este Corazón es exclusivo de Montemolín
El corazón de Montemolín
El corazón del barrio late al ritmo de sus ocupantes. Podría decirse que todos los corazones se unen para nutrir la máquina de vida general. Nadie, nadie es consciente de su participación, pero se percibiría algo así como si una fuerza vital se levantara sobre sus cabezas y transportara la realidad del barrio más allá del azul celeste que lo envuelve.
Se habla de Tristeza y Felicidad. Ponerse de acuerdo en el efecto es fácil. Lo verdaderamente polémico es dar con la causa, o causas, que llevan a esa máquina grande a transmitir a las alturas una lágrima o una sonrisa. Existe cierta unanimidad en dar a la Tristeza sensación de desencanto y en adornar a la Felicidad de esperanza.
En Montemolín llueve poco. Generalmente, los días nublados se llenan de tristeza, pero en cambio el Corazón no varía apreciablemente su ritmo. La gente sale menos de casa, los románticos leen canciones de amor y suspiran mirando por la ventana… se lanza el recuerdo atrás… el barrio se ampara en la meditación y en la hora del anochecer el sueño aparece nostálgico. Pero hay que deducir que en Montemolín la nostalgia no provoca la Tristeza.
Los hombres dicen que falta dinero, y lo dicen en el bar Otelo, con la faria y la copita fiada por el dueño. La compra cuesta cada día un poco más, pero la despensa siempre guarda una vuelta de longaniza. Los comerciantes y algún empresario se quejan sábado a sábado de que los jornales se comen el beneficio, que la venta desciende, y quién más, quién menos de ellos, ha mejorado en cilindrada su automóvil. Los pordioseros no se van del barrio y siempre hay una pata de gallina para su sopa. No, el dinero no hace vibrar de Felicidad al Corazón en Montemolín.
Quizá, cuando alguien muere, algunos corazones se convulsionan y, como norma, sólo uno o dos sienten realmente la Tristeza. Está claro que esos latidos se reflejan poco en el Corazón del barrio. Pero cuando ha muerto alguien querido de todos, o de casi todos, cuando el entierro paraliza las calles, suceso que podría entenderse colectivo, tampoco se aprecia por las alturas, entre las estrellas del Gran Motor de Montemolín, movimiento de Tristeza. Es más, algunas almas evolucionadas envían ciertos compases de alegría en el momento del entierro sin siquiera saberlo ellas mismas, y si alguna de ellas llegara a saberlo, se asustaría por no entender cómo puede alegrarse de una muerte ajena. Convengamos, de todos modos, que la Muerte no se refleja en el Corazón del barrio.
Hay sucesos que, a la vez, alegran a unos y entristecen o, mejor dicho, encolerizan o irritan a otros. Es decir, se compensa el sentimiento. Entrarían en la verbigracia casamientos, licenciaturas, ganancias en sorteos, ascensos laborales… pero tampoco los latidos son tan intensos y continuados como para resaltar el movimiento general.
Así pues, es impredecible, de no existir un profundo estudio estadístico (?), el motivo por el cual se suceden Días Felices y Días Desgraciados en el entorno de Montemolín.
De la observación diaria, se diría que la gente vive metida en la rutina. Todos participan en las conversaciones de los sucesos del barrio, pero no se aprecia una integración en los problemas generales. Es dentro de las familias donde se crean los motivos de risa y llanto y raramente salen de allí.
Profundizando se vería que sólo la propia supervivencia mueve los corazones al ritmo suficiente para alargar la vida unos minutos más. Nadie demuestra un claro interés por el progreso colectivo porque están preocupados de conseguir una mejor situación personal. Es decir, no existe motivación para contribuir al crecimiento social.
Nada de lo antedicho puede considerarse negativo, porque en el barrio de Montemolín, salvo raras excepciones, se utilizan métodos honestos, incluso amables, para cubrir las necesidades. Hasta existe ayuda del uno al otro si no hay intereses contrapuestos.
Preguntémonos entonces: ¿qué, o quién, o quiénes, mueven el Corazón del barrio hacia la Tristeza o hacia la Felicidad?
He visto muy clara la contestación.
En cierta manera, mío es el problema y mía la respuesta, porque tampoco nadie del barrio conoce, o percibe, la existencia de su Gran Motor, por lo tanto, sería muy difícil que alguno de sus habitantes respondiera a mi pregunta.
Primeramente, debo decir que desde aquí el Corazón no se ve como un músculo ni como un armado de seis cilindros en uve ni como el reactor de una central nuclear. El Corazón no tiene materia… ni forma, evidentemente. Los sentidos humanos son incapaces de percibirlo, no se puede ver, ni oír, ni saborear, ni oler, ni tocar. Según la ciencia humana, no se puede sentir, paradoja del lenguaje.
Así, para ponernos a la altura de la razón, hay que explicar, haciendo juegos lingüísticos, que los sentidos perciben sensaciones siempre físicas y generalmente medibles. La mente está hecha para entender, y nos educan para entender razonamientos, los cuales explican las sensaciones. Con este criterio, es impensable llegar a conocer el Corazón.
Otra cosa son los sentimientos, rara especie de sensaciones no muy bien clasificadas, que la mente percibe, pero que son incomprensibles para sus medios razonadores. Quizá se entiendan por tradición, quizá.
Bien. Los sentimientos llegan por esa parte tan escondida que es el alma, o sea, el espíritu encarnado. Y al alma también le pertenece la mente. Pero el alma no tiene razones, por lo tanto entiende con otro método no clarificado.
Digo, pues, que el Corazón sólo se ve y se comprende a través del alma y por medio de la mente puesta a su servicio y nunca con el método habitual del raciocinio. Puesto que la gran mayoría del género humano desconoce otro método, los habitantes del barrio de Montemolín ni ven ni entienden su propio Corazón hasta el mismo día, o algunos después, de su propia muerte.
Preguntémonos entonces: ¿qué, o quién, o quiénes mueven ese Corazón hacia la Tristeza o hacia la Felicidad?
El Corazón no tiene forma ni materia…
El Corazón es Amor.
…
Y el Amor no necesita gasolina ni uranio, ni cuerpo, ni piel, ni siquiera caricias… Para el Amor es imprescindible la armonía, la ternura, la paz, el perdón… el barrio y su gente.
Y toda la gente del barrio tiene alma, aunque no la vea ni la entienda. Pero el alma vive, aún en el cuerpo, ajena a tantas cosas de él… Percibe sentimientos y, aunque la mente no los entienda –porque los razona–, toda la energía se ceba hacia una comunicación inconsciente que electriza el Corazón. Y el Gran Motor retroalimenta su movimiento para que cada alma sepa, aunque no entienda, que su gota es tenida en cuenta. La gente del barrio que lo percibe no puede razonarlo, porque lo siente por intuición, que es la forma de entender del alma.
El Amor conmueve hacia la Tristeza o hacia la Felicidad, hacia los Días Felices o hacia los Días Desgraciados.
Si todo el barrio siente desamor, todas las almas sienten desamor y todos los desamores unidos emiten Tristeza que amarga al Corazón.
Si todo el barrio siente amor, todas las almas sienten amor y todos los amores unidos emiten Felicidad que alegra al Corazón.
El Corazón habla particularmente a cada alma del barrio.