Fábulas de Montemolín V

febrero 11, 2025 0 Por Javier

Los Pensadores

porque Valero piensa e influye en el barrio

Valero, el filósofo

Cualquier barrio que se precie ha de tener un filósofo.  Es imprescindible para la buena evolución de sus gentes, actuando como contrapeso de acciones extremistas y centrando las ideas en unos valores singulares, pero universales.  Un barrio sin filósofo va a la deriva y puede ser víctima de cualquier influencia perjudicial.  Durante muchos años, ejercían ese papel los párrocos, con filosofía católica llena las pinceladas personales, a veces de brocha gorda.  Cuando su mensaje quedó anticuado, surgieron individuos cuyo discurso suplió las carencias de una sociedad sin conductor.  Naturalmente, los cambios ideológicos incruentos presentan etapas de convivencia entre las dos tendencias.  En Montemolín, con don Pepe se cumplió totalmente la transición.

Valero fue un hombre borracho.  Nadie le conoció trabajo alguno y todos le vieron con una perpetua botella de vino Monteviejo en la mano.  No se le conocían otros vicios y era un borracho pacífico, incluso entrañable.  Regalaba golosinas a los niños, les contaba historias de los duendes de la plaza Utrillas y jugaba con ellos a los montones.  Con la punta de la nariz y los pómulos en color de pimiento morrón, andaba con pisada fuerte y paso tambaleante.  Nunca se cayó.

Cuando murió don Pepe, Valero dejó de beber y empezó a fumar en pipa.  Su nariz y sus mejillas tomaron color de sol y frecuentó las tertulias de los mayores.  Apenas tardó quince días en publicar el siguiente axioma:

«Montemolín es un barrio de estrellas».

Puesto que todo el barrio creía que los borrachos y los niños siempre dicen las verdades, las mujeres empezaron a pensar que sus hijas estaban hechas para triunfar en televisión y los hombres vieron en sus hijos unos astros del fútbol.  Desde entonces, sin nombramiento o ceremonia al efecto, Valero se convirtió en el filósofo de Montemolín.

Realmente, Valero quiso decir que cada uno de los habitantes del barrio tenía luz propia, y que no conseguirían iniciar el desarrollo de su individualidad hasta que así lo comprendieran.  Este valor de Montemolín era un valor universal.

Visto el éxito de su octavilla, decidió editar un decálogo a modo de base para su sistema de pensamiento, porque ya entrevió que, dado el vacío de ideólogo con la muerte de don Pepe, el barrio estaba necesitado de crear su propia escala de valores.  Ahora bien, a causa de su bisoñez en estas tareas y, teniendo en cuenta que nada es inmutable, decidió darle carácter dinámico, aunque no lo hiciera constar así en la publicación:

Sus diez artículos decían:

1) Este barrio tiene luz.

2) La luz se nutre de un astro rey y de las lámparas de cada uno de sus habitantes.

3) Si cada habitante hace uso de su luz, nunca habrá oscuridad en el barrio.

4) Los niños también tienen luz, incluso más luz.

5) Es mejor la luz de una vela bella que la de una lámpara fea.

6) El barrio está abierto a otras luces.

7) Es mejor la luz blanca que la de otro color.

8) Las luces deben encenderse en armonía.

9) Siempre se tendrá encendida la luz.

10) Si la luz se apaga, hay que procurar encenderla.

El Decálogo tuvo mucho eco porque se publicó en invierno y hacía mucho frío.  Valero explicó a los pocos días que no era necesario encender todas las bombillas de la casa, que por el día bastaba con el Sol y que por la noche, al estar dormidos, la luz de los sueños era suficiente.  En general, no se le hizo caso y, por ello, en el barrio de Montemolín, casi todas las casas tienen una luz encendida continuamente.  Valero se olvidó de explicar que el Decálogo hacía referencia a la luz interior y no a la luz eléctrica, y que más que la del Sol era más linda la de la Luna.

Al mes siguiente, en medio de gran expectación repartió otra octavilla:

«Los días transcurren uno detrás de otro».

El barrio lo recibió con tal alegría que Valero decidió establecerse a la entrada de la plaza Utrillas para evacuar consultas al módico precio de la voluntad.  A pesar de que no explicó que en ese mensaje hablaba de la paciencia, nadie le preguntó sobre su significado.

No se sabe si Valero era nombre o apellido, y él tampoco lo desveló.  Decía que no importaban ni los hombres ni los nombres, sino las ideas, porque un hombre podía haber tenido muchos nombres y las ideas sobrevivían a los hombres y a los nombres.  En la esquina de la plaza Utrillas enseñaba que una idea podía salvar a un hombre, pero nunca condenarlo, que una idea respetada sirve para crear otra, pero que si se combate contra ella, según sea la lid, generará vida o muerte.  Como nadie en esta tierra tiene la Verdad, hay que buscarla fuera de ella con el devenir de las ideas.

La siguiente octavilla, rezó:

«Haz el bien y no mires a quién».

La gente lo entendió bien porque era un refrán muy oído.  Valero dijo esta vez que sólo era una idea y, como tal, sólo su aplicación serviría para demostrar su validez.  Dijo que no editaría más octavillas hasta que pudiera comprobar que se había aplicado lo suficiente esa idea como para poder decidir si nos acercaba o nos alejaba de la Verdad.  En lo sucesivo, publicaría «Edictos», es decir, opiniones sobre los sucesos del barrio.  Así, el primer caso comentado en un Edicto fue la creación, a propuesta vecinal, de la escuela valeriana:

«Yo digo:

No está mal la idea, pero Valero no quiere ser profesor.  Una escuela sirve para enseñar hablando, y pienso que hay que enseñar actuando.  Como yo no actúo, sino que hablo, no puedo ser profesor.  Así propongo la creación de una escuela valeriana donde se enseñe la práctica de fútbol por jugadores expertos de más de treinta y dos años de edad, con, al menos, diez de práctica habitual».

De la escuela valeriana, salió el primer jugador del barrio que llegó a jugar en Tercera División.  Lastimosamente, la escuela desapareció, por falta de apoyo, al tercer año de su andadura.  Los chicos preferían jugar por libre y con derecho a pegar patadas al contrario.

Valero cometió algunos errores, pero poco a poco consolidó un sistema filosófico de barrio que dio a Montemolín una seña de identidad.

Los Pensadores

porque los Hombres Razonables publican pensamientos y agitan la mentalidad del barrio

Los Hombres Razonables

En vista del éxito que obtuvo Valero y de la influencia que ejercía en todos los ámbitos del barrio, surgió un movimiento pretendidamente compensador de los excesos idealistas que el filósofo propugnaba.  Parece ser que su objetivo era adecuar las enseñanzas teóricas a la práctica cotidiana, pero realmente se convirtió en un recalcitrante opositor, de tal manera que los obreros opinaban que era la mano oculta del Régimen.

Al menos, oculto sí.  Nadie sabe con certeza quién componía el grupo, pues su actividad se centraba en ediciones anónimas de octavillas con frases altamente dogmáticas que nunca desarrollaron.  Conforme su labor se asentó, ampliaron contenidos y, finalmente, se convirtieron en una herramienta de opinión que consiguió no pocos adeptos.  Su primera publicación se produjo tras el tercer comunicado de Valero:

«Es necesario aprovechar el día».

Firmado: Los Hombres Razonables.»

Hubo algunos que pretendieron asignar la edición al filósofo, pues interpretaron estas palabras como de «alto contenido profundo».  Valero se encargó de desmentir las acusaciones, diciendo que él nunca publicaría algo así, puesto que de ello se deduce que «es necesario aprovechar el día».  A instancias de los despistados, aclaró su interpretación:

—El cúmulo de horas productivas no presupone un progreso.  Quizá sin producir, el avance sea más rápido.

Conforme a la naturaleza humana, la pregunta ¿quiénes son «Los Hombres Razonables»? provocó largas conversaciones y disputas, sin importar el alcance de sus mensajes.  Unos dijeron que el propio Jefe del Estado controlaba el grupo.  Otros argumentaron que no, que el Caudillo nunca avalaría un corpúsculo que actuara en la sombra, como los masones.  Algunos apoyaban la tesis de que Valero necesitaba argumentos contrarios para establecer un método dialéctico y, por tanto, él mismo, a falta de opositores, los creaba mediante esta invención.  Los soñadores opinaban que los propios papeles se autogestionaban su edición.   Los que no hablaban pensaban en una composición altamente motivada por aspectos económicos, e involucraban en ella a tal o cual comerciante o tendero, nunca empresario, al que su dependiente le iba con raras patrañas sobre la luz, provocándole parones o rebeldías injustificadas.  Lo cierto es que jamás se conocieron a «Los Hombres Razonables».

Hubo un día en que, sin previa intervención editada de Valero, Los Hombres Razonables actuaron de oficio, con ánimo de establecer un sistema de pensamiento que identificara la verdadera configuración del barrio en materia de futuro.  Tuvo una edición numerosa, e incluso aparecieron en buzones, bajo los cubos de Giesa, en los aledaños de la plaza Utrillas y en los nidos de las golondrinas.  Aquel día, el barrio se paralizó, lo que no gustó a los editores, aunque lo dieron por bueno si en los días siguientes se recuperaba el tiempo perdido.  Aquel día, Valero no evacuaba consultas en la esquina, lo leyó en la cama y sonrió en solitario:

«BANDO

Los Hombres Razonables afirman:

–Es necesario un ahorro energético.

–Nadie puede convertirse en dueño de la luz, y ésta debe administrarse adecuadamente.

–En los domicilios bajos, se aprovechará la luz de las farolas.

–Solamente se utilizará la luz en abundancia dentro de las fábricas y factorías que produzcan beneficios.

–Además del ahorro lúcido, se atenderá al esfuerzo productivo.

–Los obreros obedecerán a los patronos.

–Los patronos velarán por sus obreros.

–La luz es dinero, el dinero conduce al bienestar; a más dinero, más bienestar; inversamente proporcional pues, a menos luz, más bienestar.

–El progreso también depende del dinero.

–La meditación es improductiva.

–Cuando sale el Sol, se inicia el ciclo económico.

–Cuando el Sol se pone, se apaga la luz y a dormir.

–LOS HOMBRES RAZONABLES TIENEN LA RAZÓN.

Firmado: LOS HOMBRES RAZONABLES.»

Cuando el mensaje llegó a la calle, justo al salir el Sol, se paralizó el ciclo económico.

Quienes lo leyeron en sus casas encendieron la luz para leerlo mejor, incluso los patronos.

Hipólito, un comerciante, pensó que su bienestar residía en la salud de su familia.

En las fábricas y factorías que producían beneficios no se llegó a iniciar el trabajo, por lo que fue innecesario encender las luces.

Los obreros desobedecieron a los patronos.

Los patronos castigaron a los obreros.

Aunque no se ganó dinero, todo el barrio consideró que, leyendo la octavilla, habían conseguido un grado más de bienestar.

Cuando el Sol de puso, la luz se encendió y todas las familias comentaron el panfleto hasta que oyeron trajinar a los tranvías.

Muchos preguntaron que dónde estaba Valero.  «Meditando», se oyó, por lo que muchos se pusieron a meditar.

Al día siguiente, el filósofo colocó su mesa plegable en la esquina habitual y recibió decenas de consultas, la mayoría referidas a Los Hombres Razonables.  A cada uno, le dedicó un razonamiento sobre la pregunta cuestionada, pero realmente pocos se iban contentos y, a la hora de comer, la plaza Utrillas era un hervidero de conversaciones sobre lo mismo.  Valero, aplicándose paciencia, se marchó a su casa para echarse una siestecita y soñar con un magisterio enriquecedor, producto de la controversia en las opiniones.  Por la tarde, siguió evacuando consultas con mayor énfasis que por la mañana, instigando a que cada cual construyera su criterio y a que, si era necesario, hiciera uso de la meditación, herramienta imprescindible para encontrarse consigo mismo.

A las diez de la noche, el barrio no se acordaba de cenar y, al igual que a mediodía, giraban conversaciones sobre lo mismo en torno al círculo de la plaza, visto lo cual Valero decidió intervenir.

Llevó la mesa plegable al centro de la multitud, colocó la silla a modo de escalón y ascendió a las alturas presto a realizar una declaración (consideró que la ocasión no merecía un panfleto de respuesta).  Se hizo tal silencio expectante que hasta los tranvías callaron con respeto.  El cielo estaba teñido de un rojo tenue.  Valero habló:

–LOS HOMBRES RAZONABLES NO TIENEN RAZÓN.

La muchedumbre se dispersó lentamente con las dudas resueltas.

Aún dura la época de controversia.  Naturalmente, Valero no contribuye a apaciguarla, pues precisamente su motivación aumenta no porque exista una corriente de opinión distinta, sino porque se producen enconadas discusiones que él encauza hacia el enriquecimiento individual.

Los Hombres Razonables tienen una caterva de seguidores continuamente renovada, pues quienes siguen sus enseñanzas muy pronto salen del barrio en busca de oportunidades para apagar su luz y conseguir que su fábrica tenga las bombillas encendidas todo el día.