ESPIRITUALIDAD A PIE DE CALLE
Espiritualidad a pie de calle

José Antonio PradesEscritor
04/mar/25 – 08:50
El término espiritualidad presenta connotaciones que superan lo religioso y se elevan con la trascendencia del ser humano. Pero su propio significado de unión con el TODO lleva a la aplicación práctica de la empatía, la compasión y la identificación, todo ello referido al acompañamiento con la ayuda a los demás, especialmente en los momentos duros que siempre nos presenta la existencia.
La vida de barrio contiene esas cualidades por las que, de acuerdo con las razones anteriores, podemos considerarla como espiritual. Se trataría así de una elevación a la práctica de los valores espirituales (perdón por la paradoja).
En Montemolín se dan esos valores, que parten de aquella configuración primigenia en el siglo XIX y mantenida por tanto tiempo, aún incluso en nuestros días, de colectivo con carácter autónomo, repleto de peculiaridades normalmente halladas fuera de los ámbitos urbanos que hacen evolucionar a las gentes hacia una mayor individualidad y, valga otra contradicción, más manipulables dentro de la masa. Forman parte de los que en los artículos anteriores llamábamos los valores culturales y sociales, incluso antropológicos. Aterrizando, se trata de la solidaridad basada en el respeto. Charlando sobre ello, me dice mi colega montemolinero Josi Sauca: “La esperanza como valor espiritual se traducía en la convivencia y ayuda mutua entre familias, el consuelo en el sufrimiento, por ejemplo; eran valores compartidos con los vecinos como en un pueblo”.
Hay un hecho muy particular en el barrio. La imagen de su patrona, la Virgen de los Dolores, estuvo muchos años sin cobijo eclesial, y se alojaba en casas particulares de los vecinos, llamados “mayordomos” en ese período, que tenían la obligación de facilitar las visitas y, además, preparar la siguiente procesión en la fecha conmemorativa, el 15 de septiembre, después de la cual pasaba a otro domicilio por un año completo. Esta práctica finalizó con la construcción de la iglesia parroquial al efecto en el año 1970, en donde se la custodia con su Cofradía correspondiente, la de Nuestra Señora de los Dolores. Pues bien, de esas prácticas devocionarias por el vecindario se deducen dos valores: uno de ellos, la fijación en las cualidades denominadas femeninas y simbolizadas por la imagen católica de la Virgen, más aún en su advocación de los Dolores, de entrega con dolor ante un sacrificio por los demás; y el otro, de la unión colectiva en el respeto a esa advocación, compartiéndola con sus semejantes, de donde se mueve a lo indicado en el párrafo anterior.
Y finalizo haciendo mención necesaria a otro aspecto, tantas veces silenciado e incluso rechazado: “Cuando dentro de esa comunión dentro de las parroquias (se incluye la de Santa Cruz para la zona este del barrio), surgieron los movimientos obreros en torno a un sindicalismo que apoyó reivindicaciones sociales, como el apoyo a mujer trabajadora y a sus derechos dentro de su labor en las fábricas”, Josi dixit también.
Así se practica la espiritualidad barrial.