Un Palacio en Montemolin
INFORME DE DON ESTEBAN ICHASO SOBRE LA LEYENDA DEL CASTILLO DE LARRINAGA. NOTAS
D. Esteban Ichaso, fue el primer director del colegio marianista que se que se ubicó en el Palacio de Larrinaga sito el barrio de Montemolín de Zaragoza, la instalación de los primeros marianistas en el edificio se produjo en mayo de 1946. El texto que a continuación os transcribo, es un informe mecanografiado, dirigida a la administración de los marianistas en Madrid, cuyo superior el P. Florentino Fernández, había adquirido el palacio y sus terrenos unos meses atrás a Don Joaquín Guiral (empresario dueño de la GIESA). Está conservado en los archivos marianistas, actualmente en Madrid, aunque también se recoge en una publicación no editada de José Luis Otaño S. M. de 1985 sobre el tema. Con D. José Luis tuve relación muchos años y me explicó numerosos detalles y anécdotas que conocía personalmente o había averiguado en su estancia en Zaragoza.
En realidad este informe es una carta que se envía a los marianistas, ya que había trascendido al resto de la orden falsas leyendas de amoríos de los primeros dueños en el palacio, tras instalarse en el edificio, Ichaso aclara lo sucedido a sus hermanos en una sociedad con una moral tan rígida como la de la España de la primera posguerra.
El valor de esta carta, proviene de los informantes que fueron casi coetáneos a los protagonistas de la leyenda, es decir, Esteban Ichaso recogió información de primera mano del vendedor, Don Joaquin Guiral, este empresario tuvo una fluida relación con el naviero vasco especialmente en los trámites de la compra, (en 1941), ya que por aquellos años estuvo afincado en España unos meses, (la sede de su naviera se ubicaba en Liverpool y estaban en plena Guerra Mundial). Todavía conocemos el pago y la forma de hacerlo porque vive en el barrio una nieta del matrimonio que lo efectuó en Madrid. En la carta, aparece un conocido zaragozano de los Larrinaga y pariente lejano de la familia de Asunción Clavero, el profesor universitario, (que llegó a ser alcalde por unos meses), D. José Salarrullana, importante personaje culpable de que el joven Miguel viniera a estudiar Derecho a Zaragoza desde Liverpool años atrás.
El texto tiene errores fruto de la informalidad de los datos que Ichaso recogió, buscaba más una intención moralizante que una rigurosidad histórica. Así se le escapan las fechas por aproximación: el encuentro de la pareja fue a finales de la centuria y la boda fue en 1897 en Liverpool, por lo tanto la mayoría de las fechas que cita el texto refiriéndose a la pareja, (a principios del XX), está equivocadas. Por otro lado por esas fechas el padre de Miguel hacía años que había fallecido por lo que los requerimientos al consentimiento de la boda del padre de Miguel, eran a su tío Ramón, por lo que hay otro error de apreciación de Ichaso.
En la carta se cita un dato interesante no recogido hasta el momento, (creo), la construcción del palacio se debió, más que como un regalo de amor a su prometida, (creencia popular), sino como afirmación social del verdadero amor del armador a la hija del padre de Asunción Clavero. Su suegro tenía sus dudas de este matrimonio propiciadas por una sociedad cerrada como la de fínales del siglo XIX. Por esta razón, Miguel de Larrinaga, tal y como había prometido al Sr. Clavero, mandó construir este palacio en la misma carretera del Bajo Aragón, con la intención de mostrar a los paisanos de su suegro el verdadero amor que profesaba por Asunción y su voluntad de manifestarla.
Como referencia de las fuentes que tuvo el autor, Ichaso tuvo contacto con Joaquín Guiral (obviamente como dueño de los terrenos que compraba y vecino que muchas veces recibía los sacramentos en la capilla del colegio); también con los cuidadores del castillo (una familia de Albalate conocidos de la familia Clavero), éstos se retiraron al poco tiempo de la instalación marianista en el palacio pero que se encargaron un breve espacio de tiempo del mantenimiento viviendo en el barrio; otra fuente directa de Ichaso fue con José de Salarrullana conocido de las familias Larrinaga y Clavero tal y como he citado; y por último, (a falta confirmar documentalmente aunque hay datos orales fiables), que Ichaso y Florentino Fernández también tuvieran contacto con el viudo Miguel Larrinaga, en sus últimos viajes que pasara por Madrid y especialmente por San Sebastián.
Otro dato histórico es el incalculable valor de los muebles, que el palacio albergaba, y que se mantuvieron en la compra del edificio al empresario de la GIESA. Al poco tiempo, Joaquin Guiral los vendió sacando abundante beneficio con esta acción.
He respetado la transcripción con la ortografía que aplicó Ichaso, (comillas en vez de guiones para conversaciones), y con las expresiones de la época. No hay que olvidar de la época que estamos en España, (1946), posguerra, con una rígida moral y valores que entonces marcaban una sociedad basada en el prestigio social y poder económico.
José Ignacio Sauca Modrego
INFORME (CARTA) DE ESTEBAN ICHASO SOBRE EL PALACIO DE LARRINAGA
Un potentado bilbaíno, multimillonario por cierto, con residencia en Liverpool y apellidado Larrínaga, tenía un hijo que estudiaba Derecho en la Universidad de Zaragoza a principios de siglo. Faltábale tan sólo a Miguel, que así se llamaba el hijo, la signatura de “Practica Forense” para terminar la abogacía, cuando se le cruzo en su camino una mariposa juguetona que varió su destino. Era una joven, llamada Asunción Clavero, de modesta cuna, pero muy españolista y de esmerada educación a la antigua. Era hija de un sencillo jefe militar, capitán o comandante, de la escala de reserva.
Cada vez que Miguel seguía Coso abajo camino de la Magdalena, dónde radicaba entonces la Universidad por aquellas Calendas, veía como una joven le miraba desde un segundo piso de la calle Hospitalito. Los compañeros de Miguel lo notaron y le dijeron: “Tú la miras y acaso ella te mira también”. Un día Miguel le enseñó una carta; ella hizo ademán que la recibiría y entablaron relaciones. Los cupidillos traviesos hicieron el resto: Miguel quedó prendado de la joven, pues no quería ni una inglesa, ni un figurín de moda, sino una mujer chapada a la antigua y española cien por cien.
Los amigos y contertulios del padre de Asunción, chismorreos, y desocupados, se lo advirtieron oficiosos: “Mira que tu hija tiene relaciones no solo con un rico, sino con un multimillonario”. El padre se informó severo con su hija, y le manifestó sin ambages que era preciso romper las relaciones con aquel señorito en el acto.
Ella expuso el asunto, mal de su agrado, a Miguel y éste exclamo, resentido en su honor de caballero:”¿Qué hace falta?, ¿Qué deje sin terminar mi carrera?. Lo haré para que vea tu padre que mi propósito es firme y honrado. Que me pida la prueba que quiera”.
El padre de la joven le pidió una entrevista. La tuvieron, pero aún así, quedó el capitán satisfecho, por más que Asunción aseguraba las buenas intenciones de su novio. Nuevamente los amigos de Clavero volvieron zumbones a la carga, y de nuevo exigió éste a su hja que rompiera. Ella se atrevió a decirle que mientras no hubiera motivo, no tenía por qué, pues creía sinceramente que él iba con propósitos honrados. Si diera motivos, sería otra cosa.
Y aquí juega su inevitable papel la leyenda dorada. “Qué me pida otra prueba” dicen que exclamó en cierta ocasión Miguel. Nueva entrevista del joven Larrinaga con el señor Clavero. “¿Quiere usted que mejore a su hija, que la dote ahora mismo?”, dijo Miguel. “Tenga usted” y le alargó un cheque firmado en blanco.
Iba a llenarlo alborozado Clavero con ochenta o cien mil pesetas y los antiguos le decían: “Eso es una birria; añade un cero más”. Nuevas vacilaciones del buen Sr. Clavero y nueva entrevista con el joven Larrinaga, que daba pruebas del mejor tesón, decidido como estaba a pesar de todo. “ ¿Y su padre consentirá la boda?. “Seguramente que sí, pues mi padre no me niega nunca nada. ““Cuando tengas, pues, el permiso hablaremos”.
Milagros del amor: Miguel qie pasaba por todas las pruebas imaginables, se fue pian (sic) pianito camino de Liverpool. Un cablegrama ordenaba días después a suapoderado de Valencia lo que tenía que hacer en zarandeado asunto de marras. El apoderado telefoneó al Sr. Clavero para que se desplazase inmediatamente a determinado hotel de Valencia con su hija Asunción, pues el señorito Miguel regresaría dentro de poco.
Andaba perplejo el buen Clavero, mal aconsejado por sus amigos, pensaba en un bromazo, en los gastos, en mil inconvenientes. Pero hizo caso por fin a un contrapariente de D. José de Salarrullana, que fue su genio bueno, y allá se fue con su hija Asunción que no dudaba lo más mínimo.
En el lujoso hotel vieron efectivamente que tenían habitaciones reservadas el administrador de Larrinaga, que les visitó con telas y figurines para que Asunción escogiera trajes, dejándoles de paso un tarjetero con un cheque de 12.000 duros para los primeros gastos. Unos días después, les notificaba el mismo administrador q ue a las tres de la tarde entraría en su yate D. Miguel Larrinaga por el puerto del El Grao.
Dudaba aún Clavero si sería un sueño de rosa o un bromazo tan loca realidad, pero todo sucedió conforme a lo anunciado: a las tres y cuarto entraba en el Grao el yate de Larrinaga. El enamorado Miguel traía el permiso de su padre: se formalizaron las relaciones entre ambos jóvenes de fortunas tan dispares, y la boda imposible tuvo lugar.
“¿Lo cree Ud, ahora?” preguntaba irónico después el joven Larrinaga a su suegro. “Yo sí, pero mis paisanos de Albalate y de Alcañiz no lo creerán”. “Pues le haremos a Ud. Un palacio en Zaragoza, junto a la estación de Capa (hoy Utrillas), para que cuando vengan a la capital sus paisanos vean su chalet y den fe a sus ojos, ya que no la dan a razones”.
Y así se hizo. Compró Miguel unos solares junto a la estación de Capa y el arquitecto, D. Ángel Navarro, puso manos a la obra. Pero el hombre propone y Dios dispone. Poco antes de terminar el palacio murió sus suegro; techóse rápidamente el asa y quedó sin terminar para más felices calendas.
Pasaron los años y llovieron sobre el palacio solitario, que la masa popular pobló de consejos y leyendas, el joven matrimonio Larrinaga Clavero se dedicó de lleno a sus pingües negocios navieros, pasando medio año en Liverpool y otro medio rodando por el mundo.
De cómo irían los negocios al opulento naviero bilbaíno, afincado en Liverrpool, da idea la frase que dijo a su apoderado en Bilbao, Paco, a su buen amigo D. José de Salarrullana en los días sangrientos de la primera Guerra Mundial: “ Mis ganancias este años pasan de los 100.000 duros”, y cobraba el uno por ciento de los ingresos brutos de la compañía naviera.
Años después de su casamiento, quiso terminar su abogacía D. Miguel Larrinaga y solicitó del catedrático D. José de Salarrullana, amigo de su padre, por españolismo y prestigio intelectual, que hablara en el claustro de la Universidad para que se mostrara propicio, manifestando deseos de donar a la Universidad su palacio de Zaragoza. Hízolo así D. José de Salarrullana con el catedrático de “Práctica Forense” y con el resto del claustro, consiguiendo disponerlos favorablemente, aunque siempre a base de sufriri un examen. Los intermediarios oficioso de D. Miguel devolviéronle el recado, diciéndole que había que estudiar algo. El estudiante quedó conforme y las cosas iban bien.
Pero todo se estropeó D. Juan de Moneva, que en s afán de halagar a los grandes y codearse con ellos, publicó un artículo en la prensa, donde venía a decir que muy pronto contaría la Universidad con el palacio de un rico potentado bilbaíno, donde habían tenido lugar sus novelescos amores de juventud. Sentó tan mal a D. Miguel el pufo literario, que se ofendió y solo hizo un obsequio de 2000 pesetas a la Universidad después de aprobar la asignatura. El palacio Larrinaga quedó sin donar.
Pero Da Asunción Clavero añoraba su tierra zaragozana y andando el tiempo propuso a su marido reposar en la capital de Aragón el medio año que pasaban en viajes turísticos por diversas naciones. Los otros seis meses transcurrirían silenciosos en sus grandes oficinas de Liverpool, con más de 300 oficinistas, donde D. Miguel Larrinaga trabajaba como el que más.
Terminose, pues, el palacio hacia 1920 y se amuebló regiamente con muebles preciosos que hicieron venir de Venecia y de cuya sola venta ha sacado ahora Guiral más de 80.000 duros.
Pero, ni aún así lograron instalarse en su regio palacio los señores de Larrinaga. Lo que principalmente ha torcido la estrella de D. Miguel ha sido el casamiento de su hija mayor con un inglés, la muerte de Miguelito, su hijo único varón y la muerte posteriormente de su señora Da Asunción. Todos estos contratiempos han hecho que D. Miguel fije definitivamente su morada en Liverpool y que su hermoso palacio de Zaragoza haya pasado a manos extrañas.
Esteban ICHASO. “Historia del Palacio de Larrinaga. Zaragoza”, 7 de diciembre 1946. Inédito. Archivos de la Provincia de Zaragoza (actualmente en Madrid).